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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

miércoles, 25 de febrero de 2009

MIS GESTOS.

Cuando quiero mostrar mi aprobación, cariño o cercanía a alguien doy o digo: "un abrazo".

Un abrazo de Patricia puede significar:

Te necesito cerca.

Quiero ayudarte.

Ayudame.

Pienso como vos.

No pienso igual pero te quiero.

Te amo.

Te voy a amasijar.

Te acompaño en el sentimiento.

Que seas feliz.

Hasta el próximo encuentro.

¿Cómo estás?

Ojalá nos volvamos a ver pronto.

¡Cuánto hacía que no te veía!

¡Qué rico perfume!

Tenés que bañarte.

Que no termine nunca.

Quiero jugar dominó.

Espero que vuelvas pronto.

No te olvido.

Feliz viaje.

Felices vacaciones.

Cuidate.

Que tengas paz.

Hasta mañana.

Gracias.

Perdón.

Por favor.

No sé qué decirte...

Propongo, a los que lean esta entrada y compartan el gesto del abrazo conmigo, que amplíen la lista en los comentarios... ¿qué significa un abrazo tuyo?

sábado, 21 de febrero de 2009

MIS ARQUETIPOS.

El siguiente es el fragmento de un trabajo que debí realizar para aprobar un seminario en la facultad, durante mis estudios en Pedagogía Social. Nuestro profesor, Enrique Sosa, lo llamó A.D.N personal.
El trabajo es del año 2006.
Esta segunda parte tiene que ver con los "arquetipos" que tenemos en la vida. Cabe aclarar que en estos tres años que pasaron de la realización del trabajo, he conocido mucha gente digna de admiración también. No faltará oportunidad en la que me vea ampliando estos escritos...

Mi abuelo, cuando yo todavía no había estudiado el “atlas”, me enseñó a cantar el Himno Nacional Argentino. Lo cantábamos juntos, en cualquier momento del día, pero luego de la última estrofa hacíamos un silencio de tres segundos y yo tenía que decir:-Vicente López y Planes y Blas Parera.
Con mi abuelo también aprendí la letra de “Volver” y de “Mi Buenos Aires querido”. Hoy pienso que tal vez para él los tres eran himnos.
Mi abuelo es uno de mis arquetipos. Cuando por estos días me siento perdida, me gustaría encontrarme bajo los frondosos paraísos, en la larga mesa hecha con tablones, para jugar dominó con mi abuelo, en el verano, a la hora de la siesta (esa que nunca quise dormir).
El arquetipo es algo o alguien con quien nos identificamos, pero también algo o alguien que nos causa admiración. “...Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en relidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quien es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre..."
(Borges, Jorge Luis. Obras completas. Biografía de Tadeo Isidoro Cruz. Emecé Editores. Tomo I.Pág. 562. Buenos Aires 1989). Quizás Patricia Alejandra vio su futuro docente en las enseñanzas de su abuelo, que sin ser maestro, le transmitió mucho más que letras de tango...

Otro de mis arquetipos es el General San Martín. Lo admiraba a través de las láminas de la revista infantil esperada los jueves. Mi abuelo también lo hacía. Y aunque se dice que esas ilustraciones no tienen mucho que ver con la verdadera historia, mi admiración es aún más grande al descubrir “lo humano” de esos héroes que nos enseñaron a amar en nuestra infancia.
En la actualidad me identifico con León Gieco, por la forma que tiene de “cantar” los problemas sociales; con el escritor Eduardo Galeano, por su admirable literatura comprometida con la realidad; con el poeta Mario Benedetti por su metáfora de la vida; con el periodista Jorge Guinzburg, por su inagotable sentido del humor.
Con las siguientes personas: Dafne, Elías y Paris, mis hijos, y Paci, mi esposo, también me identifico, por supuesto.

viernes, 20 de febrero de 2009

MIS SÍMBOLOS.

El siguiente es el fragmento de un trabajo que debí realizar para aprobar un seminario en la facultad, durante mis estudios en Pedagogía Social. Nuestro profesor, Enrique Sosa, lo llamó A.D.N personal.

El trabajo es del año 2006.

Esta primera parte tiene que ver con lo que cada uno de nosotros tiene como "símbolos" en la vida.

Quiero destacar que me gustó mucho hacer este práctico, pues pude hacer surgir muchas circunstancias del baúl de los recuerdos...





Patricia a los tres años.

Un lunes 3 de octubre, al anochecer, me destinaron con el nombre de Patricia Alejandra. Lo interesante es que mi hermana, cuatro años mayor que yo, había elegido mi primer nombre, de moda en aquella época, a partir de un personaje de historieta: “El hada Patricia”, que aparecía en una revista infantil.

Existían dos regalos que mi hermana y yo esperábamos ansiosas cada semana de parte de nuestro papá: el Mantecol, los domingos y la revista Anteojito, los jueves. En una época en la que no existían las ofertas que hay en la actualidad para favorecer el “consumismo” de los niños. Y considerando que eran los únicos regalos que nos podían hacer, venía muy bien que estuvieran repartidos en la semana: jueves y domingo, domingo y jueves: nuestros días de fiesta.



Dicho de este modo, parece que nuestro padre nos visitaba esos días, pero no, vivía con nosotros, trabajaba tantas horas que lo veíamos muy poco, por lo menos en aquellos tiempos.




Hojeábamos la revista: primero, las historietas. Ahí aparecía el personaje, la foto de una nena con flequillo, disfrazada de hada. Vale aclarar que lo novedoso era que en medio de las ilustraciones, en cada viñeta, el hada aparecía “fotografiada”.



Si bien habían marcado mi destino, dándome el nombre de un personaje de historieta, podía sentirme satisfecha de no estar “dibujada”. Lo más lindo de todo es que me disfrazaban de hada para Carnaval, desde el año hasta mi rebelación, a los cinco o seis años.
Mi hermana jugaba con mi nombre, la muy pícara no se conformaba con haberme llamado así sino que me decía: “ ¿El hada Patricia o helada Patricia?”. Yo me enojaba mucho. Inventábamos insultos para decirnos porque teníamos terminantemente prohibidas las tradicionales malas palabras. Así surgieron: tarúpida, volúmetra y otras que no reproduzco en esta oportunidad porque suenan peor que las convencionales.
Con el tiempo investigué la etimología de mi nombre. En el profesorado mis estudios básicos de griego fueron suficientes para que, lejos de creerme un personaje que soluciona los problemas mágicamente, en la relación con “padre” y “patria”, comenzara a sentirme orgullosa del nombre con el que me habían destinado.




Tenía poco más de cuatro años cuando, ya indignada de que mi hermana me leyera las historietas e inventara una buena parte, comencé mi tortura psicológica hacia mi madre para que me enseñara a leer: - Todavía no, todavía no- y luego... –Bueno, está bien-, cuando le pedía que me leyera todos los carteles que aparecían a nuestra vista por medio de las ventanillas del colectivo. Y finalmente: -¡Nadie puede leer tan rápido y todo, todo lo que aparece!.
Las clases comenzaron por las noches, un ratito antes de dormir, con un libro muy grande que apenas podía sostener entre las sábanas floreadas de la cama de “mamita”. “El atlas geográfico” sirvió a nuestros propósitos. No recuerdo cuántas clases fueron, sí, que el método era el tradicional (“m” con “a”: “ma”) y que tenía dificultades con las consonantes finales, así, en vez de pronunciar “París”, le agregaba una “e” para hacer “s” con “e” y quedaba “Parise”.
Creo que las letras comenzaron a ser mi símbolo por aquel entonces, y las palabras y luego...los libros...




Podría nombrar muchos libros que fueron guiando mi camino, sería injusta si dijera que sólo uno lo hizo, si tuviera que elegir, seguramente estaría asociado con los últimos tiempos...
Luego del “Atlas...” el primer libro que leí sola fue “Heidi”. Estaba esperándome en la biblioteca de casa, medio deshecho, con el lomo rojo, y trataba de una nena un poco más grande que yo...así que fue una muy buena elección, pero una elección que me haría derramar muchas lágrimas. Luego naufragué hacia una isla desierta con Robinson Crusoe. Y volví a llorar con Tom Sawyer y a reirme. Y otra vez a viajar pero, esta vez, con Julio Verne.




De adolescente, en la escuela secundaria, tuve una profesora que me hizo amar a Federico García Lorca a través de sus poesías y obras de teatro y a Pablo Neruda...




La palabra, el discurso, el libro, comenzaron a transformarse en mis símbolos junto con la pluma o la “birome” (para que no parezca “la pluma y la palabra”, del “Himno a Sarmiento”).
Los símbolos patrios también son mis símbolos.

lunes, 16 de febrero de 2009

LA ESQUINA DE LA SEÑAL.

Por Patricia Morante y Luis Aspiazu.

Primero fueron los policías. Este episodio inicial no causó tanta intriga. Un par de agentes en una esquina, en un lugar de vacaciones, es bastante común. Aunque habían estacionado sus modernos cuatriciclos en el medio de la calle como impidiendo el paso de los automóviles, sólo que ellos no parecían controlar nada porque mostraban mucho desinterés hasta en los propios vehículos dándoles la espalda, caminaban hacia delante y hacia atrás sin girar la cabeza. Después de unos minutos se retiraron.
Cuando al tiempo aparecieron el hombre y la mujer en el auto gris y hablaban sin mirarse y gesticulaban levemente, la cosa comenzó a llamar la atención.


Él sacaba una mano por la ventanilla, con lo que parecía un control remoto y apuntaba hacia varios lugares como si quisiera encender su televisor, Ella hacía lo propio desde la otra ventanilla. Luego reían.
Él, después de unos instantes y un poco más serio, la apuntó a ella y ella a él.
No se oyeron disparos. Tampoco volvió la policía. En realidad ninguno salió lastimado. Rieron nuevamente. El hombre puso en marcha su auto y, cuando parecía que se iban del lugar, se detuvieron a cincuenta metros para repetir el ritual anterior. Así procedieron por lo menos tres veces, luego de las cuales se retiraron para volver al día siguiente, aproximadamente a la misma hora.
Lo que realmente sorprendió fue la mujer al pie del poste. Recorría de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba todo lo largo de la columna de luz con su vista, acompañando esta acción con un movimiento de brazo. Mientras tanto a su alrededor se habían congregado unos niños que perseguían una liebre, circunstancia que a la mujer parecía no agradarle demasiado pues sus movimientos comenzaron a ser un tanto más bruscos. Luego se tranquilizó, se rió como satisfecha y se fue.
Una mañana, como novedad, aparecieron dos de mis hermanas y se posaron en lo alto del poste. Con un graznido me invitaron a participar del coloquio que me aclaró lo que sucedía.
-Parece que ahora estos hombres dependen de ese aparatito para sobrevivir- dijo la más vieja.
-¿Qué me cuenta? Por lo menos no nos afecta tanto como cuando se ponen a hacer pavadas en la playa o dejan todos sus desperdicios -intervine, haciéndole creer que conocía el tema.
-No vaya a creer. ¿No escuchó hablar de la contaminación que producen las empresas de celulares?-expresó la más joven.
-¡No me diga! ¡Quién iba a pensar que, para los humanos, comunicarse tenía costos tan altos!- exclamó la más vieja.
-¿Vio? Pero la mayoría no se da cuenta de nada. Tienen una gran ignorancia-.
En este punto de la conversación me limité a escuchar. Me sentía con muy pocos conocimientos como para intervenir.
-Sí, además se los ve tan indefensos por su carencia de sensibilidad a los campos magnéticos- dijo la más experimentada.
-Cierto, nunca podrían aventurarse solos, como lo hacemos nosotras- y le brillaron los ojos mirando hacia el horizonte a la más joven.

-Me dan pena estos humanos. Inventan cosas cada vez más sofisticadas que sólo les producen mayor dependencia.
-Vea, si este balneario estuviera a más de diez minutos de nuestro vuelo, ningún turista vendría a disfrutar de la naturaleza aquí existente.
-Es verdad, no se sienten libres a más de treinta kilómetros de eso que llaman antena-Sentenció la mayor.


Y enseguida levantamos vuelo, graznando de alegría, mientras la mujer, al pie del poste nos propinaba insultos, siempre gesticulando y sin soltar su aparatito, pues la más joven de mis hermanas le dejó su “espesa y caliente crítica” desparramada en el cabello.

RETAZOS.

Durante la última emisión de "La noche de los museos" en la Corbeta Uruguay, el 15 de noviembre, el grupo de narradores de la "Escuela de Lectores Narradores Sociales" de María Héguiz se presentó con una serie de relatos. El que sigue fue escrito y narrado por mí en aquella ocasión con un previo trabajo de adaptación durante las clases en la escuela anteriormente mencionada.
http://www.elniaqueargentino.com.ar/





Al mozo de ese bar del puerto le gustaban los cuentos . No sólo leerlos o escucharlos sino escribirlos. Había tenido éxito con esa actividad, tanto que hubiera podido dejar su empleo. Eso, si lo hubiese querido. Pero no quería. Ese lugar era el que lo nutría a diario de los argumentos para sus relatos. Había quedado atrapado en las redes de las historias que allí se tejían. Imposible irse de allí.
Todo comenzó una tarde, a las seis en punto. Una señora entró al bar. Pidió un cortado, y una hoja de papel. Luego, empezó a revelar una historia, con una voz cansada y monótona. Este ritual iba a repetirse una y otra vez, cada día, por varios meses.
A menudo, la mujer, brindaba pequeños episodios, retazos de algo que parecía un cuento. En otras ocasiones pronunciaba cuatro o cinco palabras, como aquella vez que sólo dijo: “El hombre siempre la amenazaba”.
Mientras hablaba, se dedicaba a escribir o dibujar sobre la hoja. Una vez esbozó una especie de croquis en donde señalaba con puntos, lugares muy precisos: la entrada a una bodega, un camarote, una cubierta, una escala.
Luego levantaba el vaso con agua, que el mozo siempre le servía con el cortado, y se quedaba con la mirada perdida en el contenido, y meciéndolo con suavidad.
El mozo, que la escuchaba atentamente y observaba con disimulo el papel dibujado, mientras le servía o le cobraba, supo una vez que la mujer estaba de paso por ese barrio. Ni siquiera residía cerca de allí. Había llegado al país, eso sí, hacía más de sesenta años, y en barco.
En muchas circunstancias lo que la mujer revelaba eran fragmentos de su propia experiencia de vida. A menudo, refería episodios de su largo viaje por mar y río. Una vez, sólo una vez, susurró una canción en otro idioma.
Cuando llegaba a su casa o en los momentos en que no entraban muchos clientes, el mozo iba reconstruyendo la historia. La reordenaba, le ponía énfasis a una u otra parte, trataba de recordar los gestos y tonos de la mujer que contaba.
Una tarde cualquiera la mujer no apareció por el bar. Tampoco fue al otro día, ni al siguiente…
Esa primera historia, al mozo, le había quedado inconclusa. Al menos eso era lo que él había pensado cuando supo que la mujer no volvería por allí.
Un día, revisando los borradores, se dio cuenta de que el final ya había sido revelado. Releyendo las anotaciones del tercero o cuarto día, había quedado al descubierto el fatal desenlace en lo que parecía la borda del barco, y lo único que había hecho la mujer, los días subsiguientes, había sido dar a conocer los indicios que llevaban al fin.
Ahora ¿de qué trataba precisamente ese primer cuento del mozo construído de retazos?, eso se los relato otra noche tanto o más fresca que ésta, quizás en la misma cubierta, lejos de la borda.
Patricia Morante.

domingo, 15 de febrero de 2009

LA ESPERANZA EN ORFEO.



Una y otra vez fuera del círculo que envuelve,
como un planeta que da vueltas alrededor de su astro.
Una vez más aguardando en el umbral para poder entrar.
Otro día de rodillas, implorando.
Siempre igual: la vida, la casi muerte, la casi vida.
En un tramo del camino, la ilusión,
y la desilusión que siempre triunfa.
Otra vez, deseos de salir en carrera.
Las manos y los pies anudados.
El secuestro extorsivo de la mirada.
Inútilmente buscando la salida,
la vía que me lleve a la clave del acertijo y
nadie que prepare los hilos del laberinto.
Orfeo no baja a mi Averno.

OBRERO DE LA MÚSICA.

Este cuento está dedicado al Músico Social Miguel Ángel Estrella: Embajador de Buena Voluntad de la UNESCO y fundador de la ONG Música Esperanza, cuyos objetivos son facilitar el acceso a la música, sobre todo de las clases más desfavorecidas; crear lazos entre las diferentes comunidades y defender la dignidad humana. Es también creador de la “Orquesta de la Paz” compuesta por jóvenes músicos árabes e israelíes.
La historia aquí narrada está basada en una anécdota que el mismo Miguel Ángel Estrella contó en uno de sus conciertos. Entonces desde una narradora de la "Escuela de Lectores Narradores Sociales" de María Héguiz(
http://www.elniaqueargentino.com.ar/ )a un músico social… va este cuento, también dedicado a don Fernández, por supuesto.

Esa mañana, José no imaginó que a partir de un tedioso trámite bancario se produciría el milagro, o la revelación. Al levantarse pensó por unos segundos en postergar su viaje a la ciudad; en tomarse el micro la próxima semana; en pedirle a su compadre, que viajaba seguido, le hiciera el favor de acercarse a la sucursal y realizar el trámite por él. Pero recordó con gran pesadumbre que el telegrama dictaba: “Trámite personal y dentro de la semana de recibido”. Ya no podía dudar. Con esa impronta que lo caracterizaba en estas situaciones, situaciones que quería “sacarse de encima”, se vistió y se dirigió a la terminal.
Durante la primera parte del trayecto y en medio del sopor, comenzó a recordar lo que le había pasado una noche de esas, bastante habitual, en que había llegado a su casa, luego de una dura jornada. Se había despedido casi al amanecer de su mujer y regresaba muy tarde, a medianoche. En la fábrica donde trabajaba las cosas no andaban bien y para colmo de males otra vez había discutido con su jefe.
Su cansancio era muy grande, apenas si tenía ganas de comer. Entró por la puerta de la cocina que en esa época del año dejaban entreabierta. Se sorprendió al asomarse a la habitación y ver a su mujer ya acostada. En otros tiempos, Marta no se hubiera dormido sin conversar un poco con él mientras lo veía comer con ganas lo que ella le había preparado, pero esta vez el cansancio la había vencido. La mujer también había trabajado todo el día en la limpieza de varias casas vecinas. Ahora, mientras respiraba acompasadamente y soñaba, José la observaba con tristeza pensando en el poco tiempo que pasaban juntos.
Aquella misma noche se quitó los zapatos, se lavó bien las manos y recién cuando buscó el plato con la comida se dio cuenta de que la radio estaba encendida. Pensó que su mujer, de algún modo había querido compensar su ausencia. Levantó un poco el volumen y escuchó una música lenta, quizás un poco monótona para su gusto pero dejó que siguiera sonando:
- “Juan Sebastián Bach”- había anunciado el locutor a la medianoche…-, música para el alma, conciertos de Branden…- y José se había hallado en el paraíso.
-Juan Sebastián Baj,- había repetido una y otra vez hasta que decidió escribirlo con una letra más que prolija- debe ser tucumano si me gusta tanto. Voy a averiguar quién es-.
El movimiento del micro lo regresó al presente, y cuando estaba a punto de cruzar el vado, que le señalaba la mitad del camino, José se asomó por la ventana y observó cómo la crecida arrastraba ramas, piedras y barro. El sopor le ganó otra vez y se sumergió nuevamente en los recuerdos.
Esta vez su memoria lo condujo más lejos: un episodio de su niñez en el que había estado esperando toda la tarde a su padre. Ese día cumplía ocho años y había encontrado al despertar y entre las sábanas un camioncito de lata, un cuaderno de tapa dura y un lápiz. En la primera hoja decía con una letra muy esmerada: -“Dibujame lo que soñaste “. Él no podía recordar su sueño de dormido entonces dibujó otro sueño: una mesa, una mesa enorme a la que estaban sentados él, su padre, su madre y todos sus hermanos. Con su cuaderno en la mano y jugando con el camión había esperado hasta que lo venció el sueño.Cuando se despertó su padre estaba comiendo y en la radio sonaba una música suave.
Ahora, sentado en el micro y en medio del traqueteo pensó por un instante en la forma en que las historias se repiten, en que las emociones se unen a través del tiempo. Pensó en lo importante que había sido ese cuaderno. Pensó en la música de la radio y cómo se había relajado escuchándola aquella vez, que se había sentido realmente sosegado.

El micro ya finalizaba su recorrido, José tomó su bolso y se acercó al chofer. Como por impulso le preguntó:-Chango, ¿vos no sabés quién es Juan Sebastián Baj?-.
Y obtuvo como respuesta la que había recibido toda la semana en la fábrica cada vez que preguntaba por su personaje: -No, Negro, ni sé quién es ese-.
Se dirigió hacia la entidad bancaria pensando que en la ciudad alguien tenía que conocerlo, si hasta por la radio lo pasaban.
Cuando por fin estaba terminando su trámite observó en la solapa del traje del joven que lo atendía, una identificación: “Sebastián Corrales, cajero”.
-¿ Usted sabe quién es Juan Sebastián Baj?- cuestionó intempestivamente.
El joven lo miró con enormes ojos.
-Un músico- respondió secamente.
-Sí, un músico. ¿Y es de por acá?.
El muchacho rió y luego, ante la mirada entre seria e ingenua de José, se sonrojó. Cuando los ánimos se tranquilizaron le explicó que Juan Sebastián Bach había nacido en Alemania en el siglo XVII, que su música había sido reconocida tardíamente y que se habían escrito muchos libros respecto de su vida y su obra y que había tenido muchos hijos. La madre, al joven cajero, le había puesto el nombre por él porque lo admiraba y su hermano mayor se llamaba Juan…
Las dos horas siguientes, hasta abordar el micro de regreso, transcurrieron en un antigua librería donde consiguió, una serie de biografías y un pequeño tesoro en forma de libro: “Vida y obra de Johann Sebastian Bach”.
Leyó todo lo que el traqueteo del micro le permitió y soñó, soñó dormido y despierto todo el viaje. Volvió a los recuerdos: la música en la radio, los regalos de su padre, su esposa, su jefe y las peleas, la música otra vez, la paz, el paraíso, la lectura, Juan Sebastián…y la pérdida temprana de su padre. Juan Sebastián o Johann Sebastian: un trabajador como él, un rebelde también, un obrero, obrero de la música.


Patricia Morante.