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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

miércoles, 24 de diciembre de 2014


"Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos.
Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.
Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad.
Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo.
Ser feliz es una decisión, no nos olvidemos de eso.
Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas: A aprender a amar, a dejar huella y a ser felices.
En esas tres cosas debiéramos trabajar todos los días, el tema es cómo y creo que hay tres factores que ayudan en estos puntos:
Aprender a amar la responsabilidad como una instancia de crecimiento. El trabajo, sea remunerado o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace bien en nuestra salud mental. Ahora el significado del cansancio es visto como algo negativo, de lo cual debemos deshacernos, y no como el privilegio de estar cansados porque eso significa que estamos entregando lo mejor de nosotros. A esta tierra vinimos a cansarnos...
Valorar la libertad como una forma de vencerme a mí mismo y entender que ser libre no es hacer lo que yo quiero. Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad haciendo lo que debemos con placer y decir que estamos felizmente agotados y así poder amar más y mejor.
El tercer y último punto a cultivar es el desarrollo de la fuerza de voluntad, ese maravilloso talento de poder esperar, de postergar gratificaciones inmediatas en pos de cosas mejores. Hacernos cariño y tratarnos bien como país y como familia, saludarnos en los ascensores, saludar a los guardias, a los choferes de los micros, sonreír por lo menos una o varias veces al día. Querernos. Crear calidez dentro de nuestras casas, hogares, y para eso tiene que haber olor a comida, cojines aplastados y hasta manchados, cierto desorden que acuse que ahí hay vida.
Nuestras casas, independientes de los recursos, se están volviendo demasiado perfectas que parece que nadie puede vivir adentro.
Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tiene que ver con la inteligencia espiritual.
Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos “antiguos”, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias.
Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo, habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca.
Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan. Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican.
Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro."

MAMERTO MENAPACE.


jueves, 11 de diciembre de 2014

Bachillerato Popular Carlos Fuentealba.

Foto Gerardo Pérez Elío.


Empezó el calor. En los primeros días de diciembre decidimos hacer la clase al aire libre. Vamos sacando sillas que acomodamos en círculo.
Hay lectura de producciones propias pero nadie se anima a empezar. Se van "pasando la pelota" unos a otros. Hay juegos y risas.
Finalmente la más joven comienza a leer su escrito para el cierre de este ciclo.
Escuchamos con atención y expectativa. La ronda se va agrandando a medida llegan más estudiantes y las palabras y miradas van y vienen.
Con su hijo en brazos la muchacha lee una anécdota de su propia infancia. Su hijo la interrumpe. Amorosamente se dispone a amamantarlo. Aguardamos en silencio a que continúe. Vienen gritos de alegría desde el interior de un salón. Unos perros que pelean pasan a ser por un instante el centro de las miradas. 
Y la estudiante reinicia su lectura. Su voz es clara, expresiva, melancólica. Su relato hace lagrimear a más de uno. Todos estamos en el medio de su historia. Aparecen las imágenes que traen consigo la empatía, la complicidad.

-Es largo lo que escribí. Recién me doy cuenta ahora 
que lo leo en voz alta- dice la joven.
-Está bueno, - agrega otra- a mí me pasó algo parecido.
-Sí, pero yo le inventé un montón de cosas- aclara.

Y así vamos comentando. Decimos lo que nos parece, se hace una autoevaluación, afinamos algunas cuestiones técnicas. Surge una historia más en esta ronda: la de la clase. Una historia única que no volverá a repetirse. Somos protagonistas. Habitamos la tarde en un espacio que nos pertenece, nos inspira. Alguien desde afuera de la ronda convida mates. Y los perros, más allá, siguen peleando.
La nochecita nos va envolviendo, se apagan las luces naturales y dan lugar a las de unos faroles pintorescos por encima nuestro.
Otras estudiantes hacen sus lecturas y, aunque utilizamos el mismo procedimiento que en las anteriores, surge otra historia única...  Y otra, y otra...
Todos los relatos se entretejen en una trama que sigue creciendo:

la historia de la educación popular.



martes, 9 de diciembre de 2014

Voy a cantarle a los gallos hasta que traigan el día,
el día que traiga el sol del día aquel que te perdía.
Detendré la luz, la cicatriz volverá a ser su herida 
para reir donde lloré y poder celebrar la despedida.
La felicidad es tan grande que de cerca no se ve,
la vemos cuando está lejos, cuando se fue,
es una mariposa de mil alas que se arrastra sobre un pie,
son los eslabones tiernos de una cadena de miel.
Es que ya no te recuerdo porque nunca te olvidé,
toda la historia se ha hecho un momento nomás entre mi sombra y tu pie.
Ya no hay duda, ya no hay culpa, ya no hay malo, ya no hay bien,
puro perro bravo, ningún amo traidor, ningún amo fiel.
La felicidad fue tan grande que de cerca no se vio,
si no pudimos entonces, entonces podamos hoy,
es un alma descargada, las palabras que no sé,
es violencia y es renuncia, es una deuda del Bien.
GABO FERRO.




miércoles, 3 de diciembre de 2014

Todo nos teje.

Soema Montenegro y el Conjuro (Ave del Cielo) con Alejandra Ortiz de Lulacruza.

lunes, 1 de diciembre de 2014

De pétalos.



Me gusta pensar que la poesía está en las conexiones silenciosas. Alguien que posa su mirada sobre el otro y no dice nada; o el dibujo imaginario que en el aire deja un insecto. Una estela imperceptible, pero no por ello menos transformadora. Algo en alguien se modifica con el revoloteo.
Pero también una palabra puede rescatarnos. Una concreta, oportuna, que no irrumpa lo no dicho, sino que lo suavice cuando se hace demasiado áspero. O, ¿por qué no?, una que grite en medio de la espesa soledad.

Cavilo acerca de la diferencia entre lo que no decimos porque no queremos, lo que no decimos porque no podemos y hasta en los silencios obligados que nos amordazan, que se vuelven morados como el efecto tardío de un golpe.

Me pregunto si es posible renacer con una palabra,

pronunciando
escuchando
pensando
soñando.



Sólo una palabra, tal vez
en degradé con el silencio.

Dibujos  (Parecida a una  flor violeta) Tolhuin/ Diseños Marciano