...Y al rato me ofreció una bolsita con semillas.
No sé si los nutrientes del girasol inciden de alguna manera en los estados de ánimo o, si consumiendo sus semillas todos los días, derriba la tristeza más profunda, tristeza parapetada tras varias hileras de gruesos muros.
Lo que sé es que hoy ese manojito llamando desde el fondo de mi bolso me salvó en la larga espera: espera en vano,espera de no se sabe qué o a quién, momento de nostalgia de la nada, pozo oscuro, combate inútil y desesperado.
Y entonces, el rito: cerrar los ojos; retener cada mínima, poderosa y sensible semilla entre los dientes; palpar con la lengua, saborear. Pensar en la flor, el sol, la tierra. Acordarse de la planta que creció al lado del poste de luz: la espera de la madurez de las semillas para quitarlas cuidadosamente con dedos de seis años. La espera vital, dulce. El rito de la infancia.
Las semillas, una a una de la flor así como en la boca (una a una). La magia de ver esa flor buscando la luz.
-¡Mami, es verdad que gira mirando el sol!
-Amigo, es verdad que te quita la tristeza.
Foto Tolhuin. San Luis, 1999.