Mi gata ya no me ve
pero desde los primeros tiempos
aprendió a guardarme
en el fondo de sus ojos.
Ya no me ve pero sabe el camino
para proveerse de regazo,
y así llegar a las sesiones
de lectura en voz alta.
No me ve, es cierto,
pero me mira
con ese amor que me tiene
desde siempre.
Y si acaso tampoco pudiera oirme,
escucharía mis pasos hacia ése,
su pequeño y tibio corazón,
escucharía mi llamado sin voz,
mi poema silencioso,
mi grito de amor agradecido,
mi amor porque sí
y porque entre ambas
no puede haber otra cosa.
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