Elsa Victoria Salinas.
~Te conocí cuando tenía 14 años;
vos, 22. Yo, que no era muy femenina que digamos, admiraba tus manos
morenas de uñas prolijamente pintadas de rosa nacarado. ¡Ah! ¡Y tu sonrisa! Porque me sonreíste desde la primera vez que nos vimos. Después
empecé a admirarte por tu sensibilidad y por tu fortaleza.
Fuiste mi amiga; ocasionalmente, mi
cuñada; mi cómplice; siempre, mi hermana~
Inevitable, querida, evocarte mientras
desando esas calles. Es que cuando voy de visita a la casa de una de
mis amigas y decido llegar a pie, paso por la esquina de la casa
donde viviste durante tantos años, la casa de tus abuelos donde te
vi por última vez, ese día en que me confiaste el librito de los
Grimm para que te lo custodie .
Siempre que camino por allí reescribo
este texto en mi memoria porque vos esa vez me pediste que contara algo que había
sucedido.
Hasta ahora había podido dibujar
apenas el breve poema de una circunstancia feliz de tu vida en la que
bailabas zamba al lado del río porque así me dijiste que te sentías
cuando lo hacías: feliz.
Bailarina te imaginé o
te soñé, junto al río, pollera y pañuelo al viento. Eras amorosa
búsqueda y una canción. Hermana, madre, hija, te soñé. Pañuelo y
zamba. Descalza, la memoria en tus venas como un río que corría
lento. De pie, sobre tu sombra. Buscando, con tu grito callado,
húmeda de río. Memoria, pañuelo y zamba te soñé.
Y me dijiste que contara
aquello porque era el colofón de lo peor que te había pasado en la vida. Habías
buscado por más de treinta años, sabías que no tenías
esperanza de encontrarlo con vida pero tampoco te habías
imaginado esa circunstancia en la que tu padre desaparecido estaba
sepultado con el nombre de otra persona y que tuviste que hablar con
esa familia y esa familia te dijo: “lo cuidamos como si fuera
nuestro”. Y es que era de ellos, como su desaparecido era tuyo y
mío. Y tu padre también y de todos los amigos y compañeros que no
vamos a poder entender nunca tanta maldad organizada.
Después te enfermaste,
amiga. Fue el dolor.
-Contalo- me habías dicho
esa vez- contalo, vos que escribís. Quiero que se sepa.
Si supieras: ¡Me costó tanto llegar a esta
escritura! pero por el dolor tan profundo que tuviste, el mismo que
te llevó de nuestro lado, lo hago.
No sé por qué justo hoy salen estas
palabras, las primeras. Justo hoy que quiero, necesito recordarte en medio de nuestras aventuras, entre disfraces, festejos y esa sonrisa imprescindible.
Será porque todavía es noviembre, el mes de tu cumple, o
tal vez porque el perfume de los jazmines que tanto te gustaban,
sacude ahora mi letargo.