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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

miércoles, 31 de agosto de 2016

De soledades, soleares° y soleariyas.

Soleariyas.

Andando y andando
por el camino bordeado de álamos
un sueño entre las ramas quedó atrapado.

Andando y andando
por ese camino en cuarto menguante.
Soñando, soñando.

~ ~~~~ ~~~~~~~ ~~~ ~

En patio cerrado,
un escape por la grieta del techo:
de la luna, un gajo

Soleá, soleá. 

Si nunca estuve en tu vida
~misterio del corazón~
¿cómo estás vos en la mía?

 °
°

martes, 30 de agosto de 2016

viernes, 26 de agosto de 2016

Julio.

"...Nos quedaremos así, seremos eso, y el sueño llegará desde su puerta invisible borrándonos en ese instante que nadie ha podido nunca conocer..."
Julio Cortázar. 
(Fragmento de Background*. Salvo el crepúsculo. 1984)
 
                                      Dibujo Tolhuin: "El ojo de Udyat".
*Background. Julio Cortázar.

Tierra de atrás, literalmente.

Todo vino siempre de la noche, background inescapable, madre de mis criaturas diurnas. Mi solo psicoanálisis posible debería cumplirse en la oscuridad, entre las dos y las cuatro de la madrugada —hora impensable para los especialistas. Pero yo sí, yo puedo hacerlo a mediodía y exorcizar a pleno sol los íncubos, de la única manera eficaz: diciéndolos.
Curioso que para decir los íncubos haya tenido que acallarlos a la hora en que vienen al teatro del insomnio. Otras leyes rigen la inmensa casa de aire negro, las fiestas de larvas y empusas, los cómplices de una memoria acorralada por la luz y los reclamos del día y que sólo vuelca sus terciopelos machados de moho en el escenario de la duermevela. Pasivo, espectador atado a su butaca de sábanas y almohadas, incapaz de toda voluntad de rechazo o de asimilación, de palabra fijadora. Pero después será el día, cámara clara. Después podremos revelar y fijar. No ya lo mismo, pero la fotografía de la escritura es como la fotografía de las cosas: siempre algo diferente para así, a veces, ser lo mismo.
Presencia, ocurrencia de mi mandarla en las altas noches desnudas, las noches desolladas, allí donde otras veces conté corderitos o recorrí escaleras de cifras, de múltiplos y décadas y palindromas y acrósticos, huésped involuntario de las noches que se niegan a estar solas. Manos de inevitable rumbo me han he hecho entrar en torbellinos de tiempo, de caras, en el baile de muertos y vivos confundiéndose en una misma fiebre mientras lacayos invisibles dan paso a nuevas máscaras y guardan las puertas contra el sueño, contra el único enemigo eficaz de la noche triunfante.
Luché, claro, nadie se entrega así sin apelar a las armas del olvido, a estúpidos corderos saltando una valla, a números de cuatro cifras que disminuirán de siete en siete hasta llegar a cero o recomenzarán si la cuenta no es justa. Quizá vencí alguna vez o la noche fue magnánima; casi siempre tuve que abrir los ojos a la ceniza de un amanecer, buscar una bata fría y ver llegar la fatiga anterior a todo esfuerzo, el sabor a pizarra de un día interminable. No sé vivir sin cansancio, sin dormir; no sé por qué la noche odia mi sueño y lo combate, murciélagos afrontados sobre mi cuerpo desnudo. He inventado cientos de recursos mnemotécnicos, las farmacias me conocen demasiado y también el Chivas Regal. Tal vez no merecía mi mandala, tal vez por eso tardó en llegar. No lo busqué jamás, cómo buscar otro vacío en el vacío; no fue parte de mis lúgubres juegos de defensa, vino como vienen los pájaros a una ventana, una noche estuvo ahí y hubo una pausa irónica, un decirme que entre dos figuras de exhumación o nostalgia se interponía una amable construcción geométrica, otro recuerdo por una vez inofensivo, diagrama regresando de viejas lecturas místicas, de grimorios medievales, de un tantrismo de aficionado, de alguna alfombra iniciática vista en los mercados de Jaipur o de Benarés. Cuántas veces rostros limados por el tiempo o habitaciones de una breve felicidad de infancia se habían dado por un instante, reconstruidos en el escenario fosforescente de los ojos cerrados, para ceder paso a cualquier construcción geométrica nacida de esas luces inciertas que giran su verde o su púrpura antes de ceder paso a una nueva invención de esa nada siempre más tangible que la vaga penumbra en la ventana. No lo rechacé como rechazaba tantas caras, tantos cuerpos que me devolvían a la rememoración o a la culpa, a veces a la dicha todavía más penosa en su imposibilidad. Lo dejé estar, en la caja morada de mis ojos cerrados lo vi muy cerca, inmóvil en su forma definida, no lo reconocí como reconocía tantas formas del recuerdo, tantos recuerdos de formas, no hice nada por alejarlo con un brusco aletazo de los párpados, un giro en la cama buscando una región más fresca de la almohada. Lo dejé estar aunque hubiera podido destruirlo, lo miré como no miraba las otras criaturas de la noche, le di acaso una sustancia primera, una urdimbre diferente o creí darle lo que ya tenía; algo indecible lo tendió ante mi como una fábrica diferente, un hijo de mi enemiga y a la vez mío, un telón musgoso entre las fiestas sepulcrales y su recurrente testigo.
Desde esa noche mi mandala acude a mi llamado apenas se encienden las primeras luces de la farándula, y aunque el sueño no venga con él y su presencia dure un tiempo que no sabría medir, detrás queda la noche desnuda y rabiosa mordiendo esa tela invulnerable, luchando por rasgarla y poner de este lado los primeros visitantes, las previsibles y por eso más horribles secuencias de la dicha muerta, de un árbol en flor en el atardecer de un verano argentino, de la sonrisa de una mujer que vive una vida ya para siempre vedada a mi ternura, de un muerto que jugó conmigo sus últimos juegos de cartas sobre una sábana de hospital.
Mi mandala es eso, un simplísimo mandala que nace acaso de una combinación imaginaria de elementos, tiene la forma ovalada del recinto de mis ojos cerrados, lo cubre sin dejar espacios, en un primer plano vertical que reposa mi visión. Ni siquiera su fondo se distingue del color entre morado y púrpura que fue siempre el color del insomnio, el teatro de los destierros y las autopsias de la memoria; se lo diría de un terciopelo mate en el que se inscriben dos triángulos entrecruzados como en tanto pentáculo de hechicería. En el rombo que define la oposición de sus líneas anaranjadas hay un ojo que me mira sin mirarme, nunca he tenido que devolverle la mirada aunque su pupila esté clavada en mí; un ojo como el Udyat de los egipcios, el iris intensamente verde y la pupila blanca como yeso, sin pestañas ni párpados, perfectamente plano, trazado sobre la tela viva por un pincel que no pretende la imitación de un ojo Puedo distraerme, mirar hacia la ventana o buscar el vaso de agua en la penumbra puedo alejar a mi mandala con una simple flexión de la voluntad, o convocar su imagen elegida por mi contra la voluntad de la noche; me bastará la primera señal del contraataque, el deslizamiento de lo elegido hacia lo impuesto para que mi mandala vuelva a tenderse entre el asedio de la noche y mi recinto invulnerable. Nos quedaremos así, seremos eso, y el sueño llegará desde su puerta invisible, borrándonos en ese instante que nadie ha podido nunca conocer.
Es entonces cuando empezará la verdadera sumersión, la que acato porque la sé de veras mía y no el turbio producto de la fatiga diurna y del yo. Mi mandala separa la servidumbre de la revelación, la duermevela revanchista de los mensajes raigales. La noche onírica es mi verdadera noche; como en el insomnio, nada puedo hacer para impedir ese flujo que invade y somete, pero los sueños sueños son, sin que la conciencia pueda escogerlos, mientras que la parafernalia del insomnio juega turbiamente con las culpabilidades de la vigilia, las propone en una interminable ceremonia masoquista. Mi mandala separa las torpezas del insomnio del puro territorio que tiende sus puentes de contacto; y si lo llamo mandala es por eso, porque toda entrega a un mandala abre paso a una totalidad sin mediaciones, nos entrega a nosotros mismos, nos devuelve algo que no alcanzamos a ser antes o después. Sé que los sueños pueden traerme el horror como la delicia, llevarme al descubrimiento o extraviarme en un laberinto sin término; pero también sé que soy lo que sueño y que sueño lo que soy. Despierto, sólo me conozco a medias, y el insomnio juega turbiamente con ese conocimiento envuelto en ilusiones; mi mandal me ayuda a caer en mí mismo, a colgar la conciencia allí donde colgué mi ropa al acostarme.
Si hablo de eso es porque al despertar arrastro conmigo jirones de sueños pidiendo escritura, y porque desde siempre he sabido que esa escritura —poemas, cuentos, novelas— era la sola fijación que me ha sido dada para no disolverme en ése que bebe su café matinal y sale a la calle para empezar un nuevo día. Nada tengo en contra de mi vida diurna, pero no es por ella que escribo. Desde muy temprano pasé de la escritura a la vida, del sueño a la vigilia. La vida aprovisiona los sueños pero los sueños devuelven la moneda profunda de la vida. En todo caso así es como siempre busqué o acepté hacer frente a mi trabajo diurno de escritura, de fijación que es también reconstitución. Así ha ido naciendo todo esto.

viernes, 19 de agosto de 2016

De portentos, portales y portavoces.

Foto Tolhuin. Ascenso a Cerro Ñuñorco. Julio de 2016.
Vivo entre la maravilla y la preocupación. (De un lado, del otro, en los umbrales).
Voy a referirme a la primera, cuota de energía para suavizar la segunda.
Recreo. Aire.

Dos de las cosas que me han deslumbrado últimamente: el cerro y las caravanas.

Voy al diccionario que fue, junto a las semillas, mi maravilla de los 5 o 6. Y lo es todavía. Lo son.
(Combinación heteróclita de la infancia).

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CARAVANA: f. Grupo de personas que viajan juntas con vehículos o animales, especialmente por desiertos o lugares despoblados.


CERRO: m. Del latín cirrus (“copo”), un cerro es una elevación de tierra aislada que presenta una altura menor que una montaña o un monte. Como toda eminencia topográfica, se trata de un terreno elevado respecto a sus alrededores que cuenta con una base o pie (la zona inferior donde comienza la elevación), una o más cumbres o cimas (la zona que alcanza mayor altura) y las laderas o flancos (terrenos de inclinación variable que van de la base a la cumbre).

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Palabras que bajaron conmigo del cerro 🗻



El cerro tiene piel y tiene voz.
El cerro nos abraza y nos pide silencio.

Pero sobran palabras de montañistas.
Ecos, rimas, juegos.
"Teléfono descompuesto"
que es capaz de transformarse
en fiel vía de comunicación
ante lo inesperado,
cuando hay que detenerse
o alguien necesita ayuda.

La caravana de colores se despliega
por los senderos a viva voz.
Cada montañista tiene su color propio
que se enciende o se apaga según la ocasión.

La caravana a veces también se acorta
o se entrecorta;
se extiende cuando en bajada se agranda la brecha
con el de adelante por temor de algún tropiezo;
o se comprime ante la aparición de la niebla.
Pareciera que la niebla, la nube, el alpa puyo
o como se llame, reuniera a montañistas,
les hiciera más próximos.

(A falta de fuego que convoque a su alrededor
nos cobija la niebla para contar historias).

La caravana es entonces un hilo irrompible.

El cerro tiene piel y tiene voz.
El cerro nos abraza y nos pide silencio.

Entonces las palabras se guardan
hasta la próxima vez.
El silencio aparece, se hace vivo.

El silencio es el abrazo del cerro con la caravana.

jueves, 18 de agosto de 2016

Federico.


SALVADOR DE MADARIAGA


Elegía en la muerte
de Federico García Lorca


 «Ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo»
Federico García Lorca

I






Dos cristales de luz negra

brillaban en su mirada.

En su boca relucían

cristales de sombra blanca.

El pelo, noche sin luna.

La tez, oliva y naranja.

El gesto, ensalmo gitano.

La voz, bordón de guitarra.

Y en el alma, ancha y florida,

la Vega de su Granada.

 

Cipreses del Albaicín,

arrayanes de la Alhambra,

cedros del Generalife,

aroma, color y savia.

El bullicio de Sevilla,

la gravedad de Granada,

los jazmines de la Vega,

los geranios de Triana...

De aquel espíritu en flor,

Andalucía brotaba.

 

A su voz alzan la testa

los toros de la torada,

se ruboriza el almendro,

se quiebra en espuma el agua,

en el zarzal florecido

se estremece la nidada,

el cazador queda absorto

toda en sueños la mirada,

el caballo entra en su ritmo,

el jinete en su prestancia,

los ríos se desperezan,

los montes yerguen la espalda,

se ahonda el azul del cielo,

se enciende más la solana,

se lleva la mano al pecho

la mujer enamorada.

A su voz, toda la vida

en su propio ser se baña.

 

A su voz, el Romancero

revive en calles y plazas;

alzan el vuelo las coplas

del follaje de las almas;

se preña de melodías

el vientre de las guitarras.

A su voz, canta hasta el aire,

a su voz, baila hasta el agua.




 

II






Las nubes de sangre y fuego

por el vasto cielo avanzan.

La una contra la otra

desastre y muerte amenazan.

Ya borran la luz del sol

de la tierra desdichada.

Almas tensas, almas lívidas.

Almas tensas, almas cárdenas.

Látigos de fuego y sangre

Desgarrando el aire estallan.


 

     Por el aire amarillo

          pasa la muerte.

     Los ojos, dos balazos.

          Hueca la frente.

     En la boca vacía

          treinta y dos dientes

     que van castañeando

          "viva la muerte".

 

Nube negra, nube roja,

sangre contra sangre alzada,

almas tensas, almas lívidas,

almas tensas, almas cárdenas.

Ardió la flor del almendro.

Muerta yace la torada.

En el aire alzan el vuelo

maldiciones y venganzas.

Emboscado, el cazador

acecha la caza humana.

El río ha bebido sangre.

La noche ha bebido lágrimas.

La luna enreda cadáveres

entre sus redes de plata.

Se lleva la mano al pecho

la mujer asesinada.

De dolor, gime hasta el aire.

De dolor, llora hasta el agua.





III






Entre harapos de aire roto

tu voz suena y no lo creo,

tu voz suena y no lo creo.


     El día es un alboroto,

     y la noche un tiroteo,

     y la noche un tiroteo.




Nube negra, nube negra,

cerraste sobre Granada.

De tu alma tensa, alma lívida,

de tu alma tensa, alma cárdena,

sobre el carmen más florido

se desgajó una descarga.




     Yo me asomé a aquel silencio

     por si su voz resonaba,

     por si su voz resonaba.

     Sólo se oía el disparo

     del tiro que lo mataba,

     del tiro que lo mataba.

     Huye, deseo, deseo,

     la vida es un alboroto,

     y la muerte un tiroteo,

     y la muerte un tiroteo.




Ay, jazmines de la Vega,

Ay geranios de Triana,

cipreses del Albaicín,

arrayanes de la Alhambra,

cedros del Generalife,

aroma, color y savia...

Muerto yace aquel arbusto,

raíces y tronco y ramas,

que brotó de vuestra tierra

y floreció en obra y gracia!




     Huye, deseo, deseo,

     la vida es un alboroto

     y la muerte un tiroteo.




Federico,

voz, cantar, leyenda, magia,

Federico, ay Federico,

tierra, polvo, sombra, nada...

Los gusanos de tu cuerpo

roen rosas y manzanas.

Los gusanos de tu cuerpo

roen que roen las almas,

almas tensas, almas lívidas,

almas tensas, almas cárdenas.

Los gusanos de tu cuerpo

roerán a toda España...

 

¡No, que tu espíritu en flor

incorrupto se levanta!

Huele a almendro y a jazmines,

Y sabe a oliva y naranja.

Vuela sobre las dehesas

y da vida a la torada

y enciende como candelas

los cipreses de la Alhambra;

ahuyenta las nubes cárdenas,

y descorre en el Oriente

las cortinas del Mañana.

Tu espíritu en flor, tu espíritu

en luz, tu espíritu en gracia

hará brotar de la Vega

cosechas de nuevas almas...

almas tiernas, almas límpidas,

almas tiernas, almas cándidas.

                                 
                                  New York, 1938

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