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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

martes, 13 de mayo de 2014

Antes de la lluvia.

Fantasmas eran los de antes. Los de ahora ya no juegan bien a las escondidas, prefieren ser descubiertos y hasta salir en algunas redes sociales para que todos den opinión acerca de su popularidad. No atraviesan paredes. Y si te descuidás, hasta te abren la heladera. Te los encontrás en los lugares más concurridos de la casa, en tu sillón con tu gato encima y con el control remoto en la mano. Quieren tener amigos, contactos y pertenecer a grupos. Además, muchos, tercerizaron el trabajo, entonces, no se sabe si lo que aparece a la vuelta del pasillo es uno perteneciente al sector patronal, un trabajador en relación de dependencia o el de una empresa contratista.
Hoy mismo me topé con uno de estos (o aquellos), venía detrás mío, calladito. Recién me di cuenta cuando entré a la habitación. Chistó o hizo un sonido parecido a modo de advertencia para que no cerrara la puerta detrás de mí, aparentemente para que no lo dejara afuera.
-¡Epa! ¿Qué pasó con tus habilidades? ¿Ya no atravesás las paredes?-.
¡Y, sí! Me dio bronca que fuera tan ventajita.
Por supuesto que no respondió, al menos no lo hizo de inmediato.
Yo no sabía con exactitud en qué lugar del cuarto se había instalado pero estaba segura de que andaba por ahí. No sé cómo explicarlo porque no hizo sonido alguno pero podía percibir una especie de respiración muy leve. Raro, por lo que sé, estos tipos no respiran... ni chistan.
A decir verdad, mi oído no está entrenado para escuchar infrasonidos pero me quedé prestando atención por dos motivos: el primero fue que mi gata salió corriendo cuando yo entraba, en vez de quedarse ocupando el centro de mi cama como hace siempre; y el segundo, que la percepción no tenía que ver con el oído, tampoco era un sexto sentido, ¿eh?. (No me estoy haciendo el  Haley Joel Osment o el Cole Sear de la película homónima). La percepción era una especie de "piel de gallina"...

Lo cierto es  que esta vez yo estaba dispuesta a descubrirlo o, al menos, a confirmar mi locura.
Tenía la certeza de que, si le hablaba directamente, no iba a contestarme.
Por lo que sé, antiguamente,  los fantasmas no querían ser descubiertos. Pero éste, el entrometido, tenía un propósito particular como para querer entrar conmigo por la puerta y, además, no intentar deambular por toda la casa molestando a las mascotas.
Quise mostrarme indiferente ante la situación. Emprendí la tarea de guardar ropa que estaba en una silla cuando, después de sonoro trueno, se cortó la luz. No me afectó demasiado y me tiré en la cama. Entonces lo escuché, o, mejor dicho, "la escuché", porque la risa era femenina.
-Por lo menos tuviste la intención-. Dijo después de su tonta carcajada  que hasta me pareció  familiar. -¿Cuánto hacía que no te ponías a ordenar antes de que la ropa se empezara a caer por su propio peso?-.
-Desde el último invierno-. Le contesté con gran naturalidad y después reaccioné. -Bueno, ¿qué te importa? Encima tengo que aguantar tu risita burlona.
-Mi risita burlona es reflejo de la tuya-. Dijo segura y con un tonito muy conocido.
-Lo que no pensé es que me resultaría tan fácil descubrirte, es decir, me pongo a ordenar la ropa y enseguida saltás...
-Sabés que no puedo controlar la risa ante ciertas situaciones grotescas-. Y siguió riendo.
-Es verdad-. Le dije con la mayor soltura. Pero ¿cómo que era verdad? ¿De dónde había sacado yo que esa fantasma se tentaba ante lo irónico del destino? ¿Cómo podía estar tan segura de que la combinación "decisión para guardar la ropa-corte de luz" le hacía tanta gracia?

Ella rio unos segundos más mientras yo cavilaba en la oscuridad. Me incorporé lentamente hasta sentarme. Quería comprobar si mis ojos, adaptándose a la falta de luz, podían vislumbrar una silueta, una sombra o algo que me hiciera reconocer la fisonomía de mi interlocutora. Sin moverme comencé a recorrer con la vista mi habitación, cada rincón. Ella había hecho silencio con lo cual no podía darme cuenta de dónde venía la voz que un momento antes se había hecho notar. Creo que, de todas maneras, no lo hubiera reconocido porque, si bien era un timbre familiar, su procedencia era dudosa, como si proviniera del otro lado de la pared o algo así.
El silencio se hacía denso y a mí no se me ocurría qué decir. Parecía que en esos segundos se hubiera detenido hasta el karaoke de los vecinos.
Tuve la sensación de que la oscuridad y el silencio me pesaban, me comprimían. Me olvidé de mi visitante y otra vez me hallaba completamente sola, sentada en medio de la cama, con un caos de ropa sobre la silla y sin esperanzas de luz.

Fue entonces cuando sucedió. Un leve movimiento sobre la pila de ropa. El desliz de una media...
-¿Es mullido, por lo menos?-, pregunté, -digo, para un trasero de fantasma.
-¿Fantasma? ¡Qué original! ¿Cómo estás segura de que se trata de un fantasma? ¿Estás bien vos o tenés algún otro problema?-. Dijo comenzando a mostrar su sonrisa.
-No se me ocurre otra cosa. Entrás conmigo, mi gata sale corriendo, no te dejás ver... Bueno, ahora estás empezando a mostrarte.
-¿Te miraste a un espejo...? Tu mascota salió corriendo porque no soporta tu cara, ni tu energía. Yo o, mejor dicho, esta parte de mí, no tiene nada que ver con eso.

Otra vez se hacía un largo silencio . Yo estaba muy confundida y a la vez fascinada con el deseo de que se corporizara de una vez. No sé por qué pensaba que de un momento  a otro se produciría la metamorfosis, si vale el uso del vocablo para esta ocasión.
Cerré los ojos levemente y se me apareció la sonrisa, esa que apenas se había dejado ver. Un destello blanco en la oscuridad del cuarto. Traté de concentrarme en esa visión: una sonrisa no muy amplia, contenida por unas leves arrugas... los incisivos más bien prominentes... Se empezaba a dibujar difusamente un rostro y enseguida desaparecía...

" ¿Te miraste a un espejo...?", era la frase que resonaba más fuerte.
A decir verdad, hacía tiempo que no usaba uno...

-Mirate, haceme caso-. Agregó como pidiendo un favor y las cortinas se movieron levemente sin que el ventanal estuviera abierto.

-Y algo más para la próxima: ¡Dejame la puerta abierta!-, se escuchó en el instante previo al croar del sapo.

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¿Continuará...?

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