para mitigar el naufragio.
En un instante nocturno
acudir al borde,
al desembarco,
a la celebración,
a la permanencia en tierra firme,
y, con renovada sed,
a otra búsqueda impaciente
de estrella, viento y río.
Y estremecerse
tanto en los sismos
como en la levedad del pulso,
en los torrentes
como en la gota que desanda
la piel.
Ahora lo sabemos:
los bosques,
los aullidos, el desierto
y el desconcierto mudo,
pueden ser fragmentos
de la misma tela,
mojadura de la misma agua,
arena de la misma orilla.
Necesitamos de este resonar*
mientras nos hacemos
en silencio
las preguntas.
Si hasta el frágil roce del sueño
parece réplica
de lo que aún
no hemos tenido tiempo
de pronunciar.
*Auquinco.
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