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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

lunes, 7 de agosto de 2017

Poema VIII

Como una sombra inevitable
a la caída del sol,
una tristeza viene sin que la llame.
Habita los rincones,
la última luz
y el regazo vacío del invierno.
¿No debería irse sin que la eche?
¿No es así el dicho
aplicado a personas ingratas
que primero se van
y después vuelven?
La misma sombra,
como un animal perseguido,
se agazapa ahora hasta desaparecer
casi por completo.
Y a mí me queda por lo menos
una duda:
dónde y cómo
podría recomenzar el ciclo,
si a la tarde siguiente
o a la otra,
si es que fuera verdaderamente un ciclo,
si es que al irse sin que la eche
la tristeza,  quiera volver sin que la evoque.
Eso, si no la despido de una buena vez
y pego un portazo tras ella
para que en su recuerdo
sólo quede el temblor en los dinteles
que le aclare que para nada
es bienvenida.

Pero también me queda
por lo menos una certeza:
no puedo eludir
el atardecer, ni las sombras,
ni la temperatura de la soledad.
Entonces, abrazo un ratito
al animal furtivo
y como a una de mis gatas
lo acaricio,
cierro los ojos y le hablo:
"no te digo nada,
vos ya sabés qué hacer".

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