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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

martes, 2 de abril de 2019

Final del sueño

Los bosques a veces caminan por las noches Me doy cuenta durante el día que han corrido sus fronteras La tarde los traiciona Los autos pasan sobre la calle donde han caído y los matan A nadie le importa las sombras de los árboles que mueren cada tarde bajo las ruedas.
La Reynamora Azul

A mí los árboles me caminan
en los sueños.
Y en algún sueño yo camino entre ellos,
esos gigantes  de brazos al cielo, inalcanzables,
en gestos que siempre creí
llenos de misericordia.
En un sueño en particular
uno de tantos
se inclina hasta dejar
una de sus ramas
a la altura de mi cabeza.
Me ofrece su fronda.
Quiero nombrarlo
porque lo reconozco,
lo vi en otros recorridos
en los que sus hojas
eran sospecha apenas.
No puedo pronunciar su nombre
pues un recurso
en circunstancias similares
es que no se encienda mi voz.
Pero esta vez no me desespero,
tan al alcance de la mano
están sus hojas
que las acaricio con las yemas
y con el dorso.
Las ramas se abren de manera
insólita.
¿Otra trampa de lo onírico,
tal vez?
No es la presión de mis dedos;
no, la fuerza de mi brazo.
Quedan así al descubierto, revelados, desvelados
al correr el manto- follaje,
unos frutos rojos
como ciruelas sangrantes,
alargados por el peso
de la madurez como higos,
en racimo como comunidad
de uvas,
olorosos como el verano
de mangos,
suaves, suaves como duraznos.
Pienso, ya no intento hablar,
quiero trampear al sueño:
-Hermano no sabía de tu condición frutal-.
Y ahí mismo se desprende uno.
Acuenco mi mano para recibirlo
con todo su peso.
Al momento del estallido fresco creo que sonreí.

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