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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

lunes, 28 de febrero de 2011

Bella combinación...




Oleo de mujer con sombrero.

Silvio Rodríguez.

Una mujer se ha perdido,

conocer el delirio y el polvo,

se ha perdido esta bella locura ,

su breve cintura debajo de mí,

se ha perdido mi forma de amar,

se ha perdido mi huella en su mar.

Veo una luz que vacila

y promete dejarnos a oscuras,

veo un perro ladrando a la luna

con otra figura que recuerda a mí,

veo más, veo que no me halló,

veo más,veo que se perdió.

La cobardía es asunto

de los hombres, no de los amantes

los amores cobardes no llegan a amores

ni a historias, se quedan allí,

ni el recuerdo los puede salvar,

ni el mejor orador conjugar.

Una mujer innombrable

huye como una gaviota

y yo rápido seco mis botas,

blasfemo una nota y apago el reloj,

que me tenga cuidado el amor,

que le puedo cantar su canción.

Una mujer con sombrero

como un cuadro del viejo Chagall,

corrompiéndose al centro del miedo

y yo, que no soy bueno, me puse a llorar,

pero entonces lloraba por mí

y ahora lloro por verla morir,

pero entonces lloraba por mí

y ahora lloro por verla morir.


viernes, 25 de febrero de 2011

Su primer regalo.


Me acuerdo del día que me regaló la camisa. No esperaba algo así. Estaba envuelta en un papel de seda suave, muy suave y casi transparente.
Y me dio el paquete, casi sin mirarme. Justo en el medio tenía un moño...grande, un poco exagerado, pero me gustó.
¡Él estaba tan lindo!. Se había peinado para el costado. Después lo supe: se peinaba así cuando quería conquistar...
El regalo: el más hermoso.
Era la primera vez que me compraba algo.
Y me dio el paquete...Sólo estiró el brazo sin decir nada
Casi se me cae. Me temblaban las manos.
Y lo abrí y ahí estaba la camisa blanca, muy blanca. Parecía enorme, pero no me importó. Era su primer regalo...

Y me lo dio y después... me pidió perdón.
Yo no pude pronunciar ni una palabra.

Eran tan suaves... el papel, la camisa, su pelo para el costado, su voz...
Y la camisa blanca. Demasiado blanca. Tanto que después tuve que lavarla y fregarla varias veces.
No me di cuenta. Nunca me doy cuenta de nada.
Apenas la tela rozó mi piel... se ensució, se tiñó casi de rojo.
Mi camisa blanca, muy, muy blanca.
Demasiado blanca.
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domingo, 20 de febrero de 2011

Crónica de otro día feliz..


Bellos momentos los vividos en el encuentro con los narradores colombianos de Santa Palabra, Cristian Fraga y Jhohann Castellanos; con el narrador MIGUEL MROUE y con la generosa organizadora, narradora, poeta y amiga ANA MARÍA ODDO, el viernes pasado en el teatro LA SALITA de Castelar.

Variedad de colores y sabores. Una amplia gama de ritmos para terminar en un "flor de candombe" con la invitación a participar de un juego en el que también intervino el público. La aventura y la alegría dijeron: "¡presente!" en esta mágica velada. Todo muy bien sazonado.
El resultado: un tapiz multicolor, al modo de esos entretejidos en el que cada hebra es una historia.
Quienes no podían faltar: la palabra, la poesía y el cuento, protagonistas indiscutibles, jugando con nosotros nos permitieron andar caminos, tender puentes y abrir puertas.
El conjuro perfecto: narradores (o cuentacuentos), espectadores amigos y un fueguito encendido...
¿Podíamos pedir más para un día de lluvia?

jueves, 17 de febrero de 2011

Nocaut.

Se abrazan tiernamente. Él le acaricia las mejillas y ella le peina con los dedos el cabello.
El viejo fotógrafo de la plaza vuelve a ofrecerle sus servicios. Esta vez dicen que sí. Por algo, ella se ha puesto el vestido que tiene ese vuelo tan bonito. Por algo, él se esmeró como nunca frente al espejo.
En una pose rápida él atrae a Amelia hacia su cuerpo con la mano en su cintura.
El disparo de la cámara fotográfica ahuyenta a las palomas.
Nuevamente la humedad salada en la foto.

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La mano en su cintura...
trémula.


"...la única nostalgia es de tu piel..."
Mario Benedetti.

Escrito por Patricia Morante en complicidad con
ANA MARÍA ODDO y GUSTAVO D'ORAZIO

Están invitados a seguir recorriendo...

miércoles, 16 de febrero de 2011

Cuarto round.

Él le trajo duraznos, perfumados y sensuales duraznos. Ella le ofrece ese chocolate que tanto le gusta. Conversan largamente de frutas, golosinas y repostería.
No puede evitar un leve gemido.
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Textura de fruta de estación
y sensualidad de chocolate amargo.

martes, 15 de febrero de 2011

Tercer round.

Gritos y risas de niños que pasan corriendo.
Un auto se detiene frente a ellos. El conductor saluda con un gesto de su mano. Es el amigo que cenó con ellos el domingo. El ruido del motor no evita que se escuche esa música de moda.
Ahora es el contacto del prolijo bigote en su oreja derecha.
Busca un pañuelo en sus bolsillos.
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Un jazz escapa de una ventanilla...

El susurro, de sus labios.

lunes, 14 de febrero de 2011

Segundo round.

Cierra los ojos. Tiene la imagen en su pecho.
El viejo aromo que todavía alfombra de amarillo el parque. A la derecha la pérgola colmada de inolvidables glicinas.
Un perfume más cercano inunda sus recuerdos. Asoman gotas luminosas al balcón de sus ojos.
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El aromo perfumando la tarde

domingo, 13 de febrero de 2011

Primer round.

Otra vez tiene Amelia esa foto descolorida entre sus manos. No importa dónde la guarde, si en el primer cajón, si dentro de un libro, si en el cofre de madera; la foto, cada tanto, vuelve a encontrarse con ella.
Le da una mirada rápida, de soslayo, al principio, hasta que se detiene en el bigote que él se recortaba tan prolijamente. Y sube hacia su cabello, revuelto por el aire caliente del verano. Suspira.
Era en la plaza, por la tarde, en ese banco que tantas veces los escuchó reir.
Ahora es el nudo en la garganta.
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Sepia.
Inquietas palomas compiten
con la ingenuidad de su vestido.

La mano del joven
asoma por su cintura.

jueves, 10 de febrero de 2011

Los dos cielos.


Jimena aseguraba a los 7 años que su casa tenía dos techos: uno arriba y otro abajo. Un techo, aseveraba, sobre su cabeza y otro, debajo de sus pies. El primero era inalcanzable, al segundo podía palparlo cotidianamente. Esta bien que en su casa nada era convencional, ni las habitaciones, ni los revestimientos, ni las aberturas. Su hogar era, definitivamente, muy particular, por lo que nadie discutía su afirmación. Había nacido, jugado y crecido en la gran carpa del circo que por cuatro generaciones la familia había creado y recreado .
Le bastaba mirar hacia arriba para considerar lo inalcanzables que eran aquellas lonas que se entremezclaban con las cuerdas y, a la vez, sentir admiración por las aves que a veces, comedidamente, se introducían y volaban por ahí; o por las arañas que instalaban sus artesanales telas en los rincones más inesperados.
Ni siquiera cuando hacía las piruetas con su abuelo en el trapecio se sentía cerca del techo...¡Tan infinito le parecía!.
Por cierto, su abuelo solía decirle (fuera de la carpa): -¿Ves, Jime...?- mirando hacia arriba,-¡te quiero hasta el cielo!-. A lo que ella respondía:-¡Y yo hasta los techos, abuelito!
En el trapecio, Jimena, se sentía realmente feliz. -¡Soy un pájaro!-, gritaba en el aire ante la ovación de los espectadores.
También es verdad que otras de sus actividades favoritas eran las piruetas en el piso, las que le servían de entrenamiento para el gran vuelo de cada semana. Lo que más le gustaba era caminar con las manos...-¡Este techo sí lo alcanzo!-, expresaba con orgullo.
¡Ah! ¡Jimena y sus dos techos! Las lonas inalcanzables de arriba y el piso de tierra. La complicidad de su abuelo y la soledad. Las alas del trapecio y las huellas de las manos: sus dos cielos.

jueves, 3 de febrero de 2011

Para no perdérselo...



...para disfrutar
dejarse llevar
reir
emocionarse...

para volver a la infancia
vivir el presente
imaginar
ser cómplices...
Para no dejarlo pasar...






miércoles, 2 de febrero de 2011

A Marga.

Primero fue la lectura de la microficción "SOLO" de GUSTAVO D'ORAZIO, después "RUIDOS" de ANA MARÍA ODDO y su propuesta de escribir a partir de la misma idea. Surgió el siguiente relato. Ojalá les guste.

Está lloviendo. Un hilo de agua baja por la grieta de la pared en que me apoyo. Otra vez me quedé dormida en la página 181 del libro. Un quejido lastimoso me hace girar la cabeza hacia la salida del sótano. Desde pequeña tengo la costumbre de leer aquí. Me doy cuenta de que aquel gemido me arrancó del sueño en el que me hallaba. Comienzo a subir por los escalones. El quejido se entremezcla con el tintinear de los trastos en la cocina y el chapoteo en el agua del fregadero. Cuando llego al décimo escalón la veo. Es Marga, la mujer que me cuidaba cuando niña. Va y viene con la vajilla y los restos de la cena. Me descubre. Me observa o creo que lo hace. Dudo si es a mis ojos que se dirige, tan profunda es su mirada. -No vuelvas a hacerme esto, niña-, dice y llora ahogadamente.
Miro mis pies, mis piernas. Son delgados, como cuando tenía cinco o seis años. Llevo los zapatos que me regaló mamá para estrenar junto con mi vestido largo. Me reconozco pequeña, menuda, liviana. Estoy húmeda, con olor a río. Llevo plantas pegadas a mi cuerpo, colgadas de mis brazos ligeros.
-No vengas más por aquí- dice Marga-, tienes que irte de una buena vez. ¡Pasó tanto tiempo desde aquel 30 de junio...!
-No quería venir pero otra vez fue tu llanto...-lo pienso, no se lo digo.
Como por un sueño vuelvo a bajar a mi sótano. Vuelvo a mi libro, a mi página...Aparezco en la playita del río. A lo lejos observo el bote dado vuelta en el agua, mis zapatos y las plantas alrededor. Se oye un chapoteo. Marga está a mi lado pero no me ve. No puede verme. Sólo solloza. Mira más allá del bote, más allá de la noche. Tan profunda es su mirada...