Está lloviendo. Un
hilo de agua baja por la grieta de la pared en que me apoyo. Otra vez me quedé
dormida en la página 181 del libro. Un quejido lastimoso me hace girar la
cabeza hacia la salida del sótano. Desde pequeña tengo la costumbre de leer
aquí. Me doy cuenta de que aquel gemido me arrancó del sueño en el que me
hallaba. Comienzo a subir por los escalones. El quejido se entremezcla con el
tintinear de los trastos en la cocina y el chapoteo en el agua del fregadero.
Cuando llego al décimo escalón la veo. Es Marga, la mujer que me cuidaba cuando
niña. Va y viene con la vajilla y los restos de la cena. Me descubre. Me
observa o creo que lo hace. Dudo si es a mis ojos que se dirige, tan profunda
es su mirada. —No vuelvas a hacerme
esto, niña —dice y llora
ahogadamente—.
Miro mis pies, mis
piernas. Son delgados, como cuando tenía cinco o seis años. Llevo los zapatos
que me regaló mamá para estrenar junto con mi vestido largo. Me reconozco
pequeña, menuda, liviana. Estoy húmeda, con olor a río. Llevo plantas pegadas a
mi cuerpo, colgadas de mis brazos ligeros.
—No vengas más por
aquí —dice Marga—, tienes
que irte de una buena vez. ¡Pasó tanto tiempo desde aquel 30 de junio...!
—No
quería venir pero otra vez fue tu llanto —lo
pienso, no se lo digo—...
Como por un sueño
vuelvo a bajar a mi sótano. Vuelvo a mi libro, a mi página... Aparezco en la
playita del río. A lo lejos observo el bote dado vuelta en el agua, mis zapatos
y las plantas alrededor. Se oye un chapoteo. Marga está a mi lado pero no me
ve. No puede verme. Sólo solloza. Mira más allá del bote, más allá de la noche.
Tan profunda es su mirada...
Patricia: el relato me ha impactado; causado escalofríos...en el cuerpo y en el alma. Excelentemente escrito. Afectos.
ResponderEliminarPatri, siento lo mismo que Gustavo, escalofríos. Historia difusa que pone en manos del lector la reconstrucción de tiempos, espacios y hechos; lenguaje tratado con factura artesanal, delicada, bellísima. ¡Gracias!
ResponderEliminarAna