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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

lunes, 24 de julio de 2017

Romance de la pluma y el aire (Una relación etérea).

Había nacido y crecido en el cuerpo de un ave
pero su destino no era el de las palpitaciones y los jadeos del verano,
los picos sedientos bajo el sol de febrero,
el cuerpo arrebujado por el frío en las secas ramas de mayo.

Desde el comienzo sintió que había otro rumbo para su cuerpo delgado y liviano.

Refiere la antropología (y aplaude la poética), que en la frontera paraguaya brasileña
hay una tribu nómada
que al concluir el día, mientras las mujeres acunan niños entre canciones y
suaves roces,
los hombres salen a los cuatro vientos, en forma solitaria, e improvisan poemas
y canciones
que entregan al aire de la noche de manera espontánea.

No ignoran la soledad esencial de su rito, ni la naturaleza efímera de sus poemas
aéreos que se diluyen
para siempre
en una penumbra sin testigos sin otro destino que el dios de la noche.
No ignoran, al regresar a sus chozas, el sabor agrio y dulce, contradictorio,
a un tiempo descargado y henchido.

Así la pluma sintió que su destino era el de escribir en papiros de cielo
canciones inaudibles
y dibujar en el aire códigos indescifrables
con su pequeño cuerpo llevado por el viento.
Nadie leería jamás (no entendería) una música que al igual
a la de los poetas nómadas
y el canto de los pájaros
estaba hecha sólo para el corazón insondable e infinito de la vida.

Sin saber (como todos), la pluma cantaba (volaba), establecía su cadencia y
en el aire escribía;
sin saber (como todos), que el aire la impregnaba, la hamacaba, la envolvía.

Sin embargo, en los momentos de luz rojiza, cuando en el décimo minuto del alba
el aire y la pluma despertaban, así decían:

Yo, que junto al agua y al fuego,
entre los dioses,
soy el señor invisible de la tierra,
Yo, que penetro y salgo
y conozco y habito
lo más abierto y lo más impenetrable,
yo, que animo de burbujas el fondo
de las algas
y el vientre de los mares,
el corazón asombroso de las selvas,
que empujo los olores
y alimento los musgos y las flores;
yo, para quien son iguales
el escarabajo y el poeta
y el invisible vuelo de las águilas
y sustento a las aves
y doy sin retacearme,

Aquí estoy para ti,
pequeña pluma,
soplo para que bailes.

Soy una pluma, sé;
pero mi sitio,
era un pecho o un ala
y mi destino
era abrigar a la paloma
que volaba;
sin mi paloma voy
de tumbo en tumbo,
no tengo corazón,
no conozco las canciones del aire,
no tengo dedos para tu violín
ni voz para cantar tu pentagrama.

Desde la tierra suben
todos los aromas
y no hay perfume o hedor
que yo no lleve o traiga;
la piel de todo cuanto existe
me respira,
los pequeños que nacen me saludan
con su primera inhalación
y esa es su vida,
y a los que vuelven a la tierra
y a Dios
yo soy quien los despide.
Soy la fuerza
en los amantes que jadean
y sufrimiento
en el sollozo breve,
soy el tiempo también
y por mi ritmo, en verdad,
se miden las existencias
y las vidas;
mi lugar es el cielo
y es la tierra
y de todo cuanto es,
palpita y te rodea
yo soy el alma, pluma de sus días.

No tengo ni piel ni boca para rozar
tu boca,
ni cintura ni pecho
que te inhale,
donde hallar unos ojos
para tejer miradas con los tuyos
y unas ingles
que reciban tus partes...

Soy una forma de él,
un ala de su Misericordia,
soy una de sus Gracias,
y un libro innumerable a los ojos
que ven
con mirada inefable.

¡Oh! aire, amante inmenso,
cómo abrazarte desde mi pequeñez...

A tu ingrávido cuerpo, pluma,
yo hago mío,
lo levanto, lo abrazo y lo cobijo;
(nuestro lecho es etéreo).
Lo duro y lo salado, las cosas,
acercan y separan y no duran
y vuelven otra vez a su ciclo
igual que tu paloma.

Tú, pluma,
vivirás desde ahora
en la cima más alta del alma
y las palabras,
y en los picos nevados,
y en el mar
y sus cambiantes formas.

Conmigo vivirás, te guardaré
en mi mano
y enlazado a tu talle
correré por la tierra
cantando, desbocado;

Mi semen fecundará
tu cuerpo alado y como
los poetas de la aldea
regresaremos cada día de la noche
henchidos, descargados.

José Zarzur.
De "Los ojos del Islam. (Entre las rejas y el cielo)".

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