...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...
viernes, 1 de diciembre de 2023
Tía Norma
Hoy, 1° de diciembre, día en que conmemoramos el cumpleaños
de Norma, me vienen nuevamente los recuerdos. Esta vez más remotos, octubre del
79, cuando yo cumplía 13. Mi tía a la cabeza junto con mi tío Rulo y mis primos, me trajeron
un hermoso regalo. Tengo muy vívidas las imágenes en la vereda de mi casa. Sí, los había estado esperando afuera, mientras en el comedor mi mamá, mi abuela y tal vez mi hermana iban preparando la mesa para el festejo.
El regalo era un bolso cuadradito, de jean (tela de vaquero, decíamos por entonces) con algunos detalles de cintas de colores, y antes
de que pudiera agradecer, mi tía se anticipó con ansiedad y me dijo: - Abrilo,
abrilo, hay algo más-. Yo, que habia pensado que el relleno era puro bollo de papel como suele ocurrir con los bolsos, me apresuré a correr el cierre y vi que ahí estaba.
Era un disco simple de ABBA. Mi tía me dijo que se trataba de una canción que se escuchaba en el mundo entero, que
estaba de re-moda. Lo cierto es que me la pasé activando el tocadiscos y gastando durante meses ese Lado A de “Chiquitita”
que contenía la letra ideal para mí en esa época. El dolor que encadenaba, la sombra
de gran pena en los ojos, el llanto, el ala quebrada. Pero también las palabras
para levantar el ánimo, la idea de que hubiera alguien que escuchara mis penas. Indudablemente era la poesía adecuada y había llegado
de la mano de Norma, con su amor, su ansiedad y la alegría de verme desenvolviendo
la sorpresa de un objeto dentro de otro.
Ahora que pasaron tantos años, me emociono al pensar en esos
regalos, por los objetos en sí y por la forma en que llegaron a mi vida.
Ahora que mi tía Norma ya no está en este plano me gusta
pensar que ella, de algún modo, es una de las estrellas que brillan por mí allá
en lo alto, que quiso y quiere verme sonreír, que siempre me ofreció el
hombro para que llore y "así seguir andando"; que compartió, como la del día de mis 13 años, cada una de mis alegrías.
Hablar de mi infancia y adolescencia es abrazar la presencia siempre amorosa de mi tía Norma.
Tengo tantos recuerdos y tanto que agradecerle.
Ella siempre en los detalles, los festejos de cumpleaños, la charla, los consejos de cocina, la comida deliciosa de su mano como las muchas formas de honrar la vida.
Ella promovió un viaje en el que yo, ya jovencita, vi el mar por primera vez. Ese hecho, como tantos otros a lo largo de los años fue un hito en mi vida. Todavía tengo guardada en el fondo de los ojos la imagen de una calle arenosa y polvorienta recorrida en el colectivo, propiedad de mis tíos, con el que llegamos a las vacaciones; y a lo lejos esa franja celeste grisácea que me pareció que era el mar, pero no pregunté porque me dio vergüenza y contuve esa incertidumbre mezclada con alegría hasta que alguien gritó: "ahí está, allá vamos" (o algo así). En esa emoción, por dar algún ejemplo nomás, difícil de describir, está Norma, como en todas las que siguieron en esos días de verano.
Ella estuvo organizando las comidas para que estemos a gusto compartiendo y como éramos quince personas, nos enseñó a todos reglas básicas de convivencia, basadas en la colaboración.
Fui muy feliz con todo lo ocurrido durante esa estadía en los '80 y juro que lloré cuando tuvimos que dejar la casa para pegar la vuelta.
Muchos momentos, episodios graciosos, vivencias, hitos podría describir en los que esté la presencia fuertemente tierna de mi tía Norma pero en el día de su cumpleaños, solamente le quiero agradecer todo, todo y quedarme con esta imagen de cuando cumplí un año y en la que ella me mira con la ternura infinita que llega hasta el día de hoy.
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