Los pasos del regreso
vienen cargados de la noche.
La noche es el ladrido de un perro,
la pesada niebla,
el domingo que pasó
pero se resiste a irse,
todavía.
La noche es el invierno
atravesado por un ladrido,
en la tenaz agonía del domingo.
Desde el umbral se oyen
en una oscuridad ajena:
el vaivén quejumbroso
de los trenes;
alguna voz remota;
los pasos, diseminados
en ecos repetidos.
Al otro lado habita un silencio
denso, impermeable, tosco.
La noche es un aullido amordazado,
una boca desmesuradamente
abierta y muda
cabalgando en la espesa soledad.
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