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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

miércoles, 15 de mayo de 2019

Por dónde, la risa.

Mi madre me cuenta que estuvo visitando a una vieja conocida.
Pasó por su casa hace dos meses y le informaron que estaba en un geriátrico y que tenía Alzheimer.
Me cuenta que decidió visitarla casi todos los fines de semana y que el último día que la vio estaba muy triste y tenía tos.
Mi madre me relata cada visita, cada diálogo, cada compartir y me dice que ella nunca la reconoce, que pide por su hija, que se deja cortar las uñas, que le gustan las masitas que le lleva.
-No me reconoce pero me sonríe- y me muestra una foto que se hizo tomar por un enfermero.
Mi madre se va entristeciendo mientras transcurre su propio relato.
Y es que la última vez que fue a la institución le informaron que ella había sido trasladada a una clínica porque su salud había empeorado pero no le quisieron dar más datos.
Mi madre me cuenta que estuvo casi una semana yendo a la casa del hijo, en busca de información y que recién hoy encontró a su nuera.
-Falleció aquella tarde, cuando fui la última vez- y contiene el llanto.
Hacemos el duelo sobre la mesa de la merienda, entre escasas palabras, silencios, caricias y lágrimas que por fin aflojan.
-Nunca se acordó de mí pero el día que le pregunté si sabía quién era yo me contestó: "una mujer muy buena".
Mi madre cuenta y llora, hace el duelo confiándonos a sus hijas sus emociones.
Calienta el agua para el mate. Cambia de tema.
Ahora le brillan los ojos de recordar otras charlas y circunstancias.
Luego se ríe de algo que le dijo su médico. Se ríe de la vida, de las ocurrencias...
Celebra las visitas  que, sin ser su pariente, ni su hermana, ni siquiera su amiga, le hizo a esa mujer que nunca la reconoció.

Mi madre se ríe por el amor.

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