<°> <°> <°> <°> <°> <°> <°>

...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

sábado, 25 de abril de 2020

Las mañanas de sol

Desde hace varias semanas se mudó al conurbano. Vive ahora en el pequeño cuarto interno de una pensión al que la han confinado sus patrones que ya no la quieren trabajando en su casa con cama adentro.
Todas las mañanas se dirige al super y se coloca  en la fila cuidando de tomar los dos metros reglamentarios de distancia que la separe de la persona de adelante.
Durante la espera, el malestar que manifiesta cada integrante de la fila va en aumento.
Ella, como en un rito de alabanza, inclina su cabeza hacia el este, se corre imperceptiblemente el  improvisado barbijo, cierra los ojos y se deja bañar por la tibieza del sol.

(Nadie se da cuenta pero  en ese acto guarda un inocente gozo, un momento único en su corazón).

Cuando le llega el turno, en vez de entrar al comercio, se retira, tal vez con una excusa que nadie advierte.
En el camino de regreso al lugar donde habita, se detiene en el comercio cuyo empleado va depositando en un cajón restos de frutas, verduras y hortalizas que rechaza la clientela.
Ella, aprovechando la distracción de todos, manotea lo que puede.

(Experimenta ahora momentos de angustia que le oprimen el pecho. De esto tampoco nadie se da cuenta).

miércoles, 22 de abril de 2020

Día de la Tierra

Hoy, #DíadelaTierra, nos pusimos a bailar a salvo de la #pandemia. Y a diferencia de otras veces, otras voces fueron portadoras de las nuestras.
Así nos unimos al Comunicado Planetario y al llamado a la acción urgente que han lanzado Navdanya International, Naturaleza de Derechos, Fundación Salud de la Madre Tierra – HOMEF, junto con 500 otras organizaciones y redes de 50 países.
Invitamos a que se tomen el tiempo para leer el texto completo en:
https://navdanyainternational.org/…/comunicado-del-dia-de-…/
🌍
La chacarera que suena es "Amiga tierra querida" de Raly Barrionuevo del álbum "La niña de los andamios".


lunes, 20 de abril de 2020

De gatos, pandemias y locuras




Las gatas, los gatos de esta casa
no conocen la situación sanitaria
del país; mucho menos, la global.
Siempre las mismas demandas
y placeres: un buen balanceado,
agua fresca, caja limpia,
lugar cómodo, puerta entreabierta.
Eso es casi todo.

Sus redes sociales se tejen
con un poco de juego,
algunos gruñidos entre sí;
un intercambio de maullido-palabra
y caricias con mamíferos bípedos.
Eso es casi todo.

Las gatas y los gatos de esta casa
(y estimo que de otras)
desconocen mecanismos
de redes sociales humanas,
desconocen la locura de las redes
montada a la locura de las pandemias,
hasta desconocen los cyberpatrullajes.
Desconocen además
que ellas y ellos aparecen
en publicaciones y comentarios.
Desconocen, al fin,
la locura de entretenernos con ellos,
de modificar las vidas
de cualquier ser
a nuestro gusto
y hasta de querer humanizarlos.
Y eso es casi todo.

A esta altura me digo:
qué lindo "desconocer",
qué lindo "no montarse a la locura";
pero yo, humana,
que hago demandas por demás
y no me conformo
con un solo gruñido
para ahuyentar al otro;
que tengo la capacidad
de intercambiar palabras
todo el día y, a pesar de ello,
no decir nada, a veces;
que siento la presión
de hacer cosas nuevas
todo el tiempo y dejar otras
atrás quizás para siempre;
que tengo miedos recién nacidos,
descubrimientos de última hora,
entierros sin despedidas
y viajes frustrados;
que soy deudora antigua
de muchos asuntos y ahora
me estoy acordando;
que padezco nostalgias
por lo que no fue ni será;
que me hago promesas
con forma de salvavidas
y no tengo esperanza
pero igual me miento;
que incorporo accesorios
a mi vestimenta
y, en el fondo,
envidio a los morrongos;
yo, (y ahora sí, esto es todo)
no aprendo o no puedo alcanzar
el amor y la inocencia
de gatas y gatos de esta casa.


jueves, 16 de abril de 2020

Luis Sepúlveda

Podíamos decir "Fiesta a las 7: 30 A.M. " (1), podíamos pedir con cierta insistencia leer otro capítulo, podíamos "disputarnos" la lectura en voz alta de la obra. Después sonreíamos y nos emocionábamos porque no dejábamos de compartir, porque a eso estábamos convidados.
Supimos de muchas anécdotas que ocurrían en las casas, como el hecho de que toda la familia leyera el libro o el de una estudiante que le puso el nombre completo a su amado perrito: "Profe, es hermoso, una ternura, y así de chiquito, le puse (de nombre) Luis Sepúlveda"

Empezábamos la mañana de buen humor y perduraba porque la narrativa del autor chileno dejaba su magia en el aire, sus palabras se multiplicaban y después daban ganas de escribir, charlar o fabricar títeres con lo que imaginábamos de sus personajes.

A Luis Sepúlveda le debo el despertar de conciencias, el estímulo a la inagotable creatividad de adolescentes, la amable conexión con la escritura de muchos y muchas, la excusa para hablar de las emociones en el aula.
Le debo el acompañamiento, aunque nunca lo supo, durante años y años de docente, y también de narradora.

En un tiempo, celebramos una  "Fiesta en la primera hora de clase..." Ahora, en época de pandemia y a causa de ella despedimos con mucho dolor, aunque lo seguiremos celebrando, a este taumaturgo de las palabras y de las historias entrañables.


(1) https://patri-kemamell.blogspot.com/2013/07/fiesta-las-730-am.html




Ausencia del hijo

No me di cuenta, no estuve
o miré hacia ese otro horizonte.
Ahora, se me adeuda la distracción.
Infierno espina en mis cuerdas vocales;
el adiós que entonces no vi venir
me levanta la mano risueño
en medio de la niebla de mi frágil memoria.
Y no hay vacío; hay un pensamiento
que todo lo inunda cada instante del día.

Monstruo omnipresente.

Lo sentíamos en la infancia
cuando nos dormíamos
por prepotencia de llanto.
Era miedo y tal vez no lo sabíamos.

Ahora estoy rodeada de muertos
que me piden irse.
Uno de las palabras, un muerto de los gestos,
uno de los ritos, un muerto
que sostiene una bandera
a pesar del deceso.
Todos de mí con su solicitud.
Lo sé, terminarán yéndose,
confundiéndose entre la niebla.
Pero no siempre hay exorcismo
al nombrar.

No siempre decir "miedo", ahuyenta
drástica y definitivamente.
Pronunciar el adiós no garantiza despedida.
El infierno hará su trabajo, ahora lo sé,
porque yo estuve ausente o no quise saber
que te soltabas de mi mano.