A mí la infancia se me presenta hoy como un comedor con la puerta abierta por la que entra toda la luz del mediodía. O un colecho donde nos arrebujábamos para leer antes de dormir.
Todavía me suceden los olores, las voces, las imágenes y sobre todo, las palabras. Letras grandes, nombres de países y de continentes en hojas que íbamos dando vuelta a medida quedaba aprobada la lectura. El método que usó mi madre para enseñarme cuando yo insistía en querer devorarme las leyendas de la calle por los ojos.
Los detalles, las equivocaciones, las risas, las dificultades están en un lugar dilecto de mi corazón. Son poesía callada y pura.
Ciertamente con el último país me emancipé del atlas y rápido tomé las riendas de mi vida lectora. Empecé a viajar sola.
Después de casi cincuenta años mi madre llega con un budín y un libro. Compartimos bastante seguido las delicias que ella insiste en convidarme, su ofrenda; lo hemos estado haciendo siempre pero creo que no habíamos vuelto a leer juntas desde el '71.
Ella abre un libro y me advierte que todo lo que allí se dice es verdad y yo pienso aunque no se lo digo: -madre, con muchas cosas pero especialmente cada vez que abrís un libro a mí se me hace la verdad.
Fotos Tolhuin. Lectura de Los Cuatro Acuerdos de Miguel Ruiz https://www.youtube.com/watch?v=cz0nHtC0ib8 |
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