El de la risa contagiosa. El de la boquita con vergüenza. El de la mirada profunda.
El de los ojos desviados. El del peinado que no te gusta. El de la cabeza llena de piojos.
El de las marcas por una pelea. El de boludo que quemó las tostadas.
(Llegué a pensar que no podías desayunar sin el rito de las tostadas y ahora me doy cuenta de que no podés si no las quemás antes, si no las raspás, si no dejás la bacha llena de esa lluvia de pan negro).
El rostro de desayunar, de chupar mate mientras te comés las tostadas más finitas del mundo.
El burlón. El de tocar la guitarra. El de hacer unos acordes, detenerte, anotar algo y volver.
El de los pies por primera vez en el mar. El del diente partido. El de culo.
El del dolor de oído. El de la sopa salada. El de las pestañas cortadas al ras.
El de descubrir figuras en la pared despintada. El de las preguntas difíciles durante la cena.
El de insultar al viejo de enfrente. El de quemar los recuerdos.
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