Tardes de aguas quietas
en que leíamos con avidez y en silencio.
La mano aterrizando sobre el papel
y el susurro de las páginas al darlas vuelta
era el único sonido humano.
Como dedos revolotean ahora los insectos sobre el agua.
Zumban, se posan, beben, se acercan demasiado
y caen, luchan, se ahogan.
“Avispa resucitada” llamábamos a ese momento caliente
de la siesta, después del libro,
en que limpiábamos el agua antes de meternos.
Salvábamos insectos con la red
y nos reíamos al verlos revivir y sacudir sus alas de nuevo
mientras que a un costado, en un pequeño estanque,
los nenúfares permanecían enhiestos, soberbios, indiferentes.
“Solo aman al sol, por él es que se mantienen erguidos
y de pétalos abiertos”, me decías…
“¿Y a vos qué te gustaría ser?
¿insecto o lirio de agua?”
Un pez sin branquias se asoma indolente en el estanque.
Su largo camino de aguas nos hace cercanos
pues también venimos del fondo de una cuna de barro,
como él somos vida y misterio.
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