Cada vez que disfruto de los atardeceres recuerdo el
episodio de El Principito en el que el personaje afirma haber visto un día cuarenta
y tres de ellos en su pequeño planeta…
A mí no podría sucederme lo mismo en Tierra, entonces, cada
vez que está la ocasión (o el ocaso ), tomo fotos casi en forma compulsiva o
simplemente permanezco quieta llenándome de esa luz que se va yendo. Cuando decido
prescindir de la cámara entrecierro los ojos. Los párpados y el pecho henchido
son los únicos que se mueven en mi cuerpo. Como con otro fenómeno, el de los
cielos límpidos, densamente estrellados, me pasa que no sé si esa pueda ser la
última vez que yo vea un atardecer tan hermoso, entonces trato de acaparar de algún
modo las imágenes.
La verdad es que busco atardeceres como el Principito. ¿Por
qué será?
-Me encantan las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de
sol…
-Pero tenemos que esperar…
-Esperar a que el sol se ponga.
Al principio pareciste muy sorprendido: luego, te reíste de
ti mismo. Y me dijiste:
-¡Me creo siempre en mi casa!
En efecto. Todo el mundo sabe que cuando es mediodía en los
Estados Unidos el sol se pone en Francia. Bastaría poder ir a Francia en un
minuto para asistir a la puesta del sol. Desgraciadamente, Francia está
demasiado lejos. Pero sobre tu pequeño planeta te bastaba mover tu silla
algunos pasos. Y contemplabas el crepúsculo cada vez que lo querías.
-Un día, vi ponerse el sol cuarenta y tres veces.
Y poco después agregaste:
-¿Sabes?... Cuando uno está verdaderamente triste son
agradables las puestas de sol…
-¿Estabas, pues, verdaderamente triste el día de las
cuarenta y tres veces?
El principito no respondió."
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