Esta anécdota la escribí hace unos años. Y mientras espero una nueva inspiración para el taller cómplice que tenemos con Ana María Oddo y Gustavo D'Orazio, vuelvo a compartirla, ya que de trenes se trata. Espero les guste. En aquella ocasión la denominé "Ventana al corazón". (La fotografía y la dedicatoria fueron agregadas recientemente)
En el trayecto que realiza de Moreno a Mercedes el antiguamente denominado "Ferrocarril Sarmiento", existe una estación llamada "La fraternidad", nombre del sindicato argentino que agrupa a los maquinistas de locomotoras y trenes, y que ha tenido no pocas acciones, algunas de más conflictivas, desde sus principios, allá por 1897.
El cartel de dicha estación parece tan antiguo como su fundación y la última vez que lo vi recordé con gran nostalgia, valga la redundancia, algunos episodios ocurridos allí hace poco más de veinte años.
Mi evocación se remonta, pues, a mi adolescencia, etapa de la vida que ha venido a hacerse presente muchas veces a lo largo de estos últimos tiempos.
En la estación "La fraternidad" ocurría casi todos los domingos y algunos sábados, y por el lapso de apenas unos segundos, un ritual ineludible...
Viajábamos regularmente con mi hermana y una amiga hacia Olivera, la segunda estación después de Luján. Esto significa que, en un principio, lo hacíamos los domingos cada dos semanas. Luego comenzamos a ir todos los domingos. Era nuestra fiesta. Nos esperaba una tía abuela, la tía Isabel, casi siempre con ravioles o fideos caseros y otras delicias. Su hijo, nuestro primo, Carlitos, vivía con ella.
Pasábamos todo el día allí. Luego del almuerzo, la sobremesa nunca tenía apuro. La tarde sí parecía irse volando. Entre juegos de cartas y alguna que otra visita se nos hacía la hora de tomar el tren de vuelta.
Luego de unos veinte minutos pasábamos otra vez por "La fraternidad"...
Pero...¿qué creen que ocurría allí digno de mencionar? Pues algo tan sencillo como tierno: nos abrazábamos, ante las miradas estupefactas de todos los pasajeros. El ritual del abrazo, la fiesta de "la hermandad" se llevaba a cabo. Pues eso era lo que para nosotras significaba el nombre de la estación.
Hace unos días pasé por allí y, si bien, cada vez que hago el recorrido la añoranza me tironea una sonrisa, la última vez se me estrujó el corazón y se me llenaron los ojos de lágrimas. Divisé el cartel por la ventanilla, más deteriorado que en aquel entonces y un sinfín de imágenes, voces, olores y gestos comenzaron a visitarme dulcemente. La tibieza del sol invernal entrando por las ventanillas, el mate que comenzaba ni bien el tren salía haciéndose notar desde Moreno, nuestras locas conversaciones con los guardas, las fotografías de la época por las que había que esperar el revelado que generaba una expectativa ya inexistente en la época actual, las charlas, los chistes, la amistad.
Quizás estos recuerdos estén teñidos de los sentimientos nostálgicos de hoy y por eso me parecen tan bellos, quizás irrumpen el presente un tanto idealizados, como la evocación que realiza un romántico, pero lo cierto es que, si me arrancaron una lágrima deben ser importantes.
"La fraternidad" dejó de ser para mí una estación más a partir de la ocurrencia del primer abrazo.
La tibieza de un recuerdo asomada a la ventanilla.
El ritual ineludible de cada domingo: nuestra misa.
El abrazo y el culto a la amistad.
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El viaje hacia el interior de uno mismo.