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...o këmamëll, voz del mapudungún: "corazón del árbol", el centro, el meollo...

jueves, 25 de noviembre de 2021

El drama de la flama


A veces me obsesiono con la luz de las velas.
Será por esa fascinación que me viene desde el juego de las sombras en los espejos°°.
Tal vez es el olor que la llama deja, esa huella penetrante que queda en el aire aún después de la extinción total del pabilo.
Querer eternizar la luz a través de las fotos es un ejercicio que me puede entretener durante horas, es decir, el tiempo de dos o tres velas, por lo menos.
Por eso, para no consumir de más ni desperdiciar, aprovecho los cortes de energía eléctrica, las cenas pretendidamente románticas y los oficios religiosos.

Las veces que asistí a uno de estos últimos fue solamente por los fueguitos, por el cirio y porque me aseguro de que todo comience con una procesión en la que cada creyente se provea de un candelabro o similar para marchar detrás de la imagen de algún santito y/o virgencita. Ya entrada la noche, es hermoso ver esas filas encendidas, desafiando frenéticamente la oscuridad.
Mi encandilamiento me lleva muchas veces a lugares inesperados. Me olvido de dónde estoy, entro en el mundo de mis deseos como quien franquea la puerta de un lugar restringido, con la decisión de descubrirlo todo. Tanto es así que en la última misa sucedió la pelea definitiva con el cura porque en el momento en que él se aproximó con el ahogador de llamas, yo me interpuse exigiéndole a viva voz que no lo hiciera, que no la mate a ella, tan necesaria para la vida (y para mis tomas).
"Hija, es parte del rito", expresó blandiendo el apagador. Pero yo no quería entender y a raíz de una invitación enérgica que alguien pronunció desde el fondo, terminé abandonando el recinto.

Y como considero que los cortes de energía eléctrica merecen un capítulo aparte, paso a contar que con las cenas romanticonas no me va mejor. ¿Para qué entrar en detalles? Basta con decir que a causa de la diferencia de criterios con las velas se malogran mis citas. Llega un momento en que el acompañante dice algo así como: todo muy lindo pero no veo una mierda... Y yo, que mientras disfruto de la masticación ya estoy programando una fotografía heroica, de pabilo tembloroso o enhiesto, de llama anaranjada o azul, según la ocasión, de inequívoca parafina chorreante como cascada caliente, sospecho el asqueroso soplido que se viene y me adelanto diciendo: no hay mucho para ver. Y el otro: dejá de joder, a mí me gusta mirar la comida. Y yo: qué rápido se te termina el enamoramiento a vos. Esto último con voz de falsete, enfatizando el "a vos" y acompañando todo con el gesto de arrojar la servilleta sobre la mesa con la mano izquierda y llevarme con la derecha la vela aún encendida a otro ámbito de la casa o del restaurante para poder fotografiar a gusto. Y el otro:¡el quilombo que armás por esa vela del culo! Mirá, mirá la romántica...
Y yo, ya desde el baño o la pieza contigua, afinando la voz para que penetre en su oído: qué cita ni cita, qué comida ni comida, qué romántica ni romántica, a mí sólo me interesan las velas.









 °° https://corazondelarbol.blogspot.com/2022/02/el-juego-de-las-sombras-en-los-espejos.html


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